Vivimos momentos de cambios. Cambios brutales que están haciendo temblar las bases de nuestro sistema económico y que afectan, irremediablemente, a nuestra manera de entender tanto la política como el bienestar social.
Cambios que nos mantienen tan absortos y preocupados por sus consecuencias que, a menudo, nos hacen perder la perspectiva sobre otro tipo de cosas que suceden a nuestro alrededor.
Con tanta urgencia financiera, bursátil y económica, cada vez nos cuesta más percibir las variaciones periódicas que marcan el devenir silencioso de la vida, dejando de ser conscientes de los sencillos ajustes estacionales que tienen lugar en estas fechas.
Y como suele ocurrir cada otoño, los compromisos, las obligaciones y las tareas propias de este acelerado estilo de vida que tanto nos gusta, acaparan toda nuestra atención mientras se produce un nuevo cambio de estación.
Afortunadamente en ciertas ocasiones el cuerpo y la mente nos piden parar y salir de los absorbentes quehaceres diarios, lo que nos permite ampliar la perspectiva .
Y en algunas ocasiones, al cambiar de lugar y de rutina, somos conscientes de los cambios propios de cada estación y de las adaptaciones de los seres vivos a las nuevas condiciones ambientales.
Y en algunas ocasiones, al cambiar de lugar y de rutina, somos conscientes de los cambios propios de cada estación y de las adaptaciones de los seres vivos a las nuevas condiciones ambientales.
Volver al monte, al campo o al pueblo nos invita, en estas fechas, a apreciar la enorme variedad cromática de los bosques caducifolios, contrastando con las primeras nieves de la sierra.
Nos permite contemplar la fuerza de los torrentes que bajan desde las cumbres más altas, encharcando caminos, prados y antiguos cauces estacionales.
Nos permite descubrir las hojas escarchadas en las zonas de umbría, tras las primeras heladas otoñales, bajo las que se ocultan multitud de setas, que se convierten en un preciado tesoro para aquellos que aún aprecian los regalos que nos brinda nuestro entorno.
Salir de la rutina en otoño nos puede regalar la vista con los últimos vuelos de alguna mariposa despistada que aprovecha los rayos de sol del mediodía para tratar de completar su ciclo vital y con las laboriosas tareas de alguna pequeña rapaz intentando dar cuenta de una presa recién cazada.
Afortunadamente el ritmo de las estaciones nos devuelve a la realidad y nos recuerda donde estamos y el mundo al que pertenecemos.
Por que la naturaleza (de momento) no depende de fluctuaciones bursátiles, de primas de riesgo ni de cambios políticos….. O tal vez si…..
De cualquier modo el paso de las estaciones nos ayuda a reconocer la fragilidad del mundo en el que vivimos, su variedad y su diversidad, asociada irremediablemente a una incesante necesidad de cambio y adaptación.
Por eso algunos seguimos confiando en la capacidad del ser humano para aprender de lo que nos rodea, asumiendo la periodicidad de los cambios, adaptándonos a los nuevos escenarios y aprovechando las condiciones beneficiosas, conscientes de la complejidad de nuestro sistema natural y de la fragilidad de los límites que lo mantienen activo.
Así, tal vez, volvamos a vivir sin esa falsa sensación de seguridad que tanto se han esforzado en vendernos y seamos capaces de esforzarnos por sentar las bases de un sistema más flexible y adaptable, más seguro, más integrador, más global y más justo, en el que quepamos todos y en el que todos tengamos algo que decir.
El día que aprendamos de los ritmos naturales y adaptemos a ellos nuestros modelos de desarrollo quizá nuestro mundo será capaz de caminar acoplado al sistema que, día a día, se esfuerza por mantener la vida.
Y con la que está cayendo ahí fuera, entre tanta crisis económica y tanto rescate financiero, si somos capaces de salir de nuestra rutina diaria, tal vez nos podamos encontrar personas que, a estas alturas y en esta situación tan crítica, aún siguen viviendo de aquello que, otoño tras otoño, la naturaleza pone a su alcance. Y con suerte nos explicarán que no es necesario explotar el monte ni cambiar sus usos tradicionales para vivir de él; es mucho más sencillo aprender sus ritmos y adaptarse a sus momentos para beneficiarse de todo aquello que todavía sigue ofreciéndonos.
Porque el bosque en otoño solo da, no pide nada a cambio