Ya han pasado algunas semanas desde que los medios de comunicación nos informaron sobre la llegada al mundo del habitante 7.000 millones.
Ahora que se nos ha pasado la sorpresa, que la noticia ya no es noticia, creo que conviene dedicar unas líneas a este curioso dato. Porque mientras escribo este texto ya seremos unos cuantos habitantes más compartiendo este pequeño planeta.
Una vez más el ser humano vuelve a batir sus propios récords.
A parte de resultar un dato curioso, que ha originado surrealistas competiciones entre los recién nacidos, allá por las zonas “emergentes” de oriente en los que se ha supuesto que tendría lugar el señalado nacimiento, hablamos de un dato de enorme trascendencia desde el punto de vista ambiental, pero también desde el punto de vista social, económico y cultura.
Y es que la cifra de 7.000 millones es una señal. Una nueva señal de aviso.
La “afortunada” criatura a la que le han colgado el sambenito ha sido, sin saberlo, el recordatorio del alarmante ritmo de crecimiento que caracteriza a nuestra civilización.
Este dato podría llevarnos a la euforia por el éxito sin precedentes del desarrollo de nuestra especie sobre el planeta. Porque, según los datos del último informe sobre el Estado de la Población Mundial 2011 de las Naciones Unidas, sabemos que cada vez vivimos más (¿y mejor?), porque un mayor número de niños logra sobrevivir y llegar a la edad adulta…
Lamentablemente este incremento de la población, de la supervivencia infantil y de la esperanza de vida no es igual para todos y tampoco se traduce en una mejora de las condiciones de vida. Mas bien todo lo contrario.
Nuestro incremento poblacional no es proporcional al incremento de la calidad de vida, sino que viene asociado a enormes desigualdades en función del lugar donde nos ha tocado nacer.
Pero no estoy dispuesto a volver a caer en el tópico que nos tacha de pesimistas y agoreros a todos los que nos movemos en el mundo del medio ambiente.
Hoy no.
Tengo suficientes razones y motivos para pensar que, al ser muchos más a compartir, también seremos muchos más para trabajar por el cambio, muchos más para pensar en nuevas formas de entender el mundo, dispondremos de más manos para trabajar, de más cabezas para pensar y de muchas más maneras de ver, entender y sentir el mundo.
Me motiva más quedarme con otros datos del citado informe; los relativos a los 2.000 millones de jóvenes entre 10 y 24 años que tendrán en sus manos el futuro de nuestro planeta. Gente que ha crecido con otros conocimientos, con otras necesidades y con otras expectativas y que, evidentemente, lucharán por un mundo diferente al actual.
Está claro que con cada nuevo habitante aumenta la presión sobre el planeta. También está claro que cada nuevo nacimiento nos brinda una nueva oportunidad de hacer frente a los horizontes oscuros y a las previsiones más sombrías.
Quiero pensar que al aumentar la población, lo que hace que aumente la brecha entre ricos y pobres (Datos de la UNFPA : Fondo de Población de las Naciones Unidas) y las desigualdades, también crece el número de personas jóvenes que aprenden una nueva manera de relacionarse con el medio en el que viven.
Es cierto que con este ritmo de crecimiento nos vamos convirtiendo en aquello que tanto tememos, una sociedad de extremos. Una sociedad en la que aumentan las desigualdades, en la que se eliminan las categorías medias, en la que disminuyen los nacimientos mientras aumenta el número de ancianos.
Pero también es cierto que, como en todo lo que tiene que ver con nosotros, aún tenemos mucho que decir al respecto.
Es cuestión de cómo nos lo planteemos. Vuelve a estar en nuestras manos la elección.
Y en esta situación, escribiendo sobre el aumento de la presión poblacional sobre nuestro planeta, yo me alegro de este nuevo nacimiento, de contar con una nueva compañera de viaje (parece ser que había más probabilidades de que fuera una mujer), de ver como la vida se abre paso de manera natural en lugares remotos donde la gente tiene otra idea de lo que es el bienestar, de lo que es el desarrollo y de lo que es la naturaleza.
Como todos los nacimientos, la llegada del habitante 7.000 millones es para mí un motivo de alegría. Y también un motivo de reflexión y un buen momento para plantearse un cambio de hábitos, porque este nuevo habitante se merece la oportunidad de disfrutar de un mundo que le ofrezca, por lo menos, las mismas posibilidades que nos ha ofrecido a los demás.
Recordad que a nosotros también nos dieron esa oportunidad.
Sea Bienvenida!!!!!