domingo, 27 de noviembre de 2011

La familia crece

Ya han pasado algunas semanas desde que los medios de comunicación nos informaron sobre la llegada al mundo del habitante 7.000 millones.
Ahora que se nos ha pasado la sorpresa, que la noticia ya no es noticia, creo que conviene dedicar unas líneas a este curioso dato. Porque mientras escribo este texto ya seremos unos cuantos habitantes más compartiendo este pequeño planeta.

Una vez más el ser humano vuelve a batir sus propios récords.

A parte de resultar un dato curioso, que ha originado surrealistas competiciones entre los recién nacidos, allá por las zonas “emergentes” de oriente en los que se ha supuesto que tendría lugar el señalado nacimiento, hablamos de un dato de enorme trascendencia desde el punto de vista ambiental, pero también desde el punto de vista social, económico y cultura.

Y es que la cifra  de 7.000 millones es una señal. Una nueva señal de aviso.

La “afortunada” criatura a la que le han colgado el sambenito ha sido, sin saberlo, el recordatorio del alarmante ritmo de crecimiento que caracteriza a nuestra civilización.

Este dato podría llevarnos a la euforia  por el éxito sin precedentes del desarrollo de nuestra especie sobre el planeta. Porque, según los datos del último informe sobre el Estado de la Población Mundial 2011 de las Naciones Unidas, sabemos que cada vez vivimos más (¿y mejor?), porque un mayor número de niños logra sobrevivir y llegar a la edad adulta…

Lamentablemente este incremento de la población, de la supervivencia infantil y de la esperanza de vida no es igual para todos y tampoco se traduce en una mejora de las condiciones de vida. Mas bien todo lo contrario.

Nuestro incremento poblacional no es proporcional al incremento de la calidad de vida, sino que viene asociado a enormes desigualdades en función del lugar donde nos ha tocado nacer.

 León, 27/11/2011

Pero no estoy dispuesto a volver a caer en el tópico que nos tacha de pesimistas y agoreros a todos los que nos movemos en el mundo del medio ambiente.

 Hoy no.

Tengo suficientes razones y motivos para pensar que, al ser muchos más a compartir, también seremos muchos más para trabajar por el cambio, muchos más para pensar en nuevas formas de entender el mundo, dispondremos de más manos para trabajar, de más cabezas para pensar y de muchas más maneras de ver, entender y sentir el mundo.

Me motiva más quedarme con otros datos del citado informe; los relativos a los  2.000 millones de jóvenes entre 10 y 24 años que tendrán en sus manos el futuro de nuestro planeta. Gente que ha crecido con otros conocimientos, con otras necesidades y con otras expectativas y que, evidentemente, lucharán por un mundo diferente al actual.


Está claro que con cada nuevo habitante aumenta la presión sobre el planeta. También está claro que cada nuevo nacimiento nos brinda una nueva oportunidad de hacer frente a los horizontes oscuros y a las previsiones más sombrías.

Quiero pensar que al aumentar la población, lo que hace que aumente la brecha entre ricos y pobres (Datos de la UNFPA: Fondo de Población de las Naciones Unidas) y las desigualdades, también crece el número de personas jóvenes que aprenden una nueva manera de relacionarse con el medio en el que viven.

Es cierto que con este ritmo de crecimiento nos vamos convirtiendo en aquello que tanto tememos, una sociedad de extremos. Una sociedad en la que aumentan las desigualdades, en la que se eliminan las categorías medias, en la que disminuyen los nacimientos mientras aumenta el número de ancianos.

 Pero también es cierto que, como en todo lo que tiene que ver con nosotros, aún tenemos mucho que decir al respecto.

 Es cuestión de cómo nos lo planteemos. Vuelve a estar en nuestras manos la elección.

Y en esta situación, escribiendo sobre el aumento de la presión poblacional sobre nuestro planeta, yo me alegro de este nuevo nacimiento, de contar con una nueva  compañera de viaje (parece ser que había más probabilidades de que fuera una mujer), de ver como la vida se abre paso de manera natural en lugares remotos donde la gente tiene otra idea de lo que es el bienestar, de lo que es el desarrollo y de lo que es la naturaleza.

Como todos los nacimientos, la llegada del habitante 7.000 millones es para mí un motivo de alegría.  Y también un motivo de reflexión y un buen momento para plantearse un cambio de hábitos, porque este nuevo habitante se merece la oportunidad de disfrutar de un mundo que le ofrezca, por lo menos, las mismas posibilidades que nos ha ofrecido a los demás.

Recordad que a nosotros también nos dieron esa oportunidad.

Sea Bienvenida!!!!!

domingo, 20 de noviembre de 2011

Tiempo de cambios

Vivimos momentos de cambios. Cambios brutales que están haciendo temblar las bases de nuestro sistema económico y que afectan, irremediablemente, a nuestra manera de entender tanto la política como el bienestar social.
Cambios que nos mantienen tan absortos y preocupados por sus consecuencias que, a menudo, nos hacen perder la perspectiva sobre otro tipo de cosas que suceden  a nuestro alrededor. 
Con tanta urgencia financiera, bursátil y económica, cada vez nos cuesta más percibir las variaciones periódicas que marcan el devenir silencioso de la vida, dejando de ser conscientes de los sencillos ajustes estacionales que tienen lugar en estas fechas.
Y como suele ocurrir cada otoño, los compromisos, las obligaciones y las tareas propias de este acelerado estilo de vida que tanto nos gusta, acaparan toda nuestra atención mientras se produce un nuevo cambio de estación.
Afortunadamente en ciertas ocasiones el cuerpo y la mente nos piden parar y salir de los  absorbentes quehaceres diarios, lo que nos permite ampliar la perspectiva .

Y en algunas ocasiones, al  cambiar de lugar y de rutina, somos conscientes de los cambios propios de cada estación y de las adaptaciones de los seres vivos a las nuevas condiciones ambientales.

Volver al monte, al campo o al pueblo nos invita, en estas fechas, a apreciar la enorme variedad cromática de los bosques caducifolios, contrastando con las primeras nieves de la sierra.

Robledal. El Aravalle (Ávila) 17/11/2011


Nos permite contemplar la fuerza de los torrentes que bajan desde las cumbres más altas, encharcando caminos, prados y antiguos cauces estacionales.
 Nos permite descubrir  las hojas escarchadas en las zonas de umbría, tras las primeras heladas  otoñales,  bajo las que se ocultan multitud de setas, que se convierten en un preciado tesoro para aquellos que aún aprecian los regalos que nos brinda nuestro entorno.
Salir de la rutina en otoño nos puede regalar la vista con los últimos vuelos de alguna mariposa despistada que aprovecha los rayos de sol del mediodía para tratar de completar su ciclo vital y  con las laboriosas tareas de alguna pequeña rapaz intentando dar cuenta de una presa recién cazada.
Afortunadamente el ritmo de las estaciones nos devuelve a la realidad y nos recuerda donde estamos y el mundo al que pertenecemos.
Por que la naturaleza (de momento) no depende de fluctuaciones bursátiles, de primas de riesgo ni de cambios políticos….. O tal vez si…..
De cualquier modo el paso de las estaciones nos ayuda a reconocer la fragilidad del mundo en el que vivimos, su variedad y su diversidad, asociada irremediablemente a una incesante necesidad de cambio y adaptación.
Por eso algunos seguimos confiando en la capacidad del ser humano  para aprender de lo que nos rodea, asumiendo la periodicidad de los cambios, adaptándonos a los nuevos escenarios y aprovechando las condiciones beneficiosas, conscientes de la complejidad de nuestro sistema natural y de la fragilidad de los límites que lo mantienen activo.
Así, tal vez, volvamos a vivir sin esa falsa sensación de seguridad que tanto se han esforzado en vendernos y seamos capaces de esforzarnos por sentar las bases de un sistema más flexible y adaptable, más seguro, más integrador, más global y más justo, en el que quepamos todos y en el que todos tengamos algo que decir.
El día que aprendamos de los ritmos naturales y adaptemos a ellos nuestros modelos de desarrollo quizá nuestro mundo será capaz de caminar acoplado al sistema que, día a día, se esfuerza por mantener la vida.
Y con la que está cayendo ahí fuera, entre tanta crisis económica y tanto rescate financiero, si somos capaces de salir de nuestra rutina diaria, tal vez nos podamos encontrar personas que, a estas alturas y en esta situación tan crítica, aún siguen viviendo de aquello que, otoño tras otoño, la naturaleza pone a su alcance. Y con suerte nos explicarán que no es necesario explotar el monte ni cambiar sus usos tradicionales para vivir de él; es mucho más sencillo aprender sus ritmos y adaptarse a sus momentos para beneficiarse de todo aquello que todavía sigue ofreciéndonos.
Porque el bosque en otoño solo da, no pide nada a cambio

lunes, 7 de noviembre de 2011

Apaga y vámonos

He vuelto a fallar.
He vuelto a salir perdedor al enfrentarme al problema.
He sumado un nuevo fracaso como gestor ambiental.
Y ahora ha llegado el terrible momento de afrontar las consecuencias de mis actos.
Tendré que cargar sobre mis espaldas con un nuevo incremento en la emisión de carbono y quién sabe, es posible que hasta pueda ser responsable directo de eso que llaman calentamiento global.
Tendré que aprender a vivir sabiendo que he sido un factor determinante en la pérdida de biodiversidad, que he alterado el ciclo hidrológico y que mis fallos van a perturbar esos ecosistemas marinos que aún no he tenido el gusto de conocer en persona.
Me señalarán por haber trastornado el comportamiento de multitud de especies animales y vegetales, por haber reducido la actividad fotosintética en mi entorno más cercano y por  perjudicar tanto la salud de muchos animales como la de mis propios vecinos.
No me quedará mas remedio que asumir que por mi culpa, la luz del sol que garantiza  nuestra vida, caliente y reseque el suelo y prenda fuego a las plantas herbáceas haciendo que el monte arda.
Seré el responsable de la muerte directa de multitud de animales, del estrés de otros tantos y de la desaparición del hábitat de innumerables especies. También seré el responsable de la pérdida de sus madrigueras, de su cobijo y de su alimento.
Incluso alguien me podrá acusar de haber desestabilizado ecosistemas enteros al interferir en las labores de los insectos polinizadores y de los descomponedores, mandando al traste sus cometidos biológicos.
El paso del tiempo revelará que mis errores producen pérdidas irreparables por causa de la erosión, destruyendo la materia orgánica y la estructura del suelo, permitiendo que las gotas de lluvia compacten el terreno, lo que multiplicará los procesos erosivos.
Porque ahora que llegan las lluvias propias del otoño y damos por finalizada la temporada de incendios forestales, constamos que, un año más, el fuego ha vuelto a ganarnos la partida. Y yo también soy culpable.

Arenas de San Pedro (Ávila) 19/7/2011: Equipos aéreos trabajando en la extinción de un incendio forestal


No podemos seguir pensando que el fuego no nos ayuda a la hora de buscar nuevos usos al terreno que antes ocupaban los bosques.
No es cierto que el fuego mejora las propiedades del suelo, haciéndolo más fértil. No de una manera estable.
Basta ya de considerar que el fuego es la mejor alternativa a la hora de eliminar los restos de nuestras cosechas y nuestras podas.
El fuego no es una herramienta más en la ordenación de nuestra tierra.
Y aunque en algunos lugares de nuestro planeta el fuego cumple una función vital en el mantenimiento de ciertos ecosistemas, lamentablemente ese no es nuestro caso.
Todos agachamos la cabeza cuando escuchamos que entre el 80 y el 90 % de los fuegos que sufrimos cada año son provocados; es un dato triste, incluso vergonzoso, pero dormimos plácidamente, con la conciencia bien tranquila porque sabemos que nosotros no hemos tenido nada que ver en esos desafortunados incendios.
Nos consuela saber que cada año hay más y mejores medios para extinguir fuegos, más personal que cuida de nuestros montes, más herramientas burocráticas que protegen nuestros ecosistemas, más políticos que hablan de prevención, de responsabilidad y de lo importante que es educar.

Que tranquilidad....

Seamos serios.
Esto no deja de ser un síntoma más de nuestra falta de conciencia sobre el significado de un mundo globalizado (Aunque parecemos muy pero que muy globalizados cuando contactamos con nuestros amigos del otro lado del globo o cuando recorremos medio planeta en unas pocas horas)
Porque hasta que no seamos conscientes de nuestro papel en esta historia, no dejaremos de ver crecer las estadísticas sobre el número de incendios, ecosistemas calcinados, pérdidas ocasionadas por el fuego, ciudadanos evacuados y victimas mortales.....
No podemos esperar más.
Ya ha llegado el momento de entonar el mea culpa.
Es el momento de reflexionar y reconocer que si de verdad nos importa todo lo que hay en juego, no deberíamos haber permanecido indiferentes mientras nos explicaban cómo la quema de rastrojos y de matorral es habitual en ciertas zonas; no deberíamos haber permitido que aquellas personas dejaran resíduos en el monte, no deberíamos habernos quedado sentados mientras nuestros jefes asignaban los fondos de programas educativos y de prevención a otros proyectos de dudosa necesidad......
Por que en esta lucha contra el fuego, todos somos gestores ambientales, porque todos, de una u otra manera, vivimos y disfrutamos de lo que nos ofrece el medio en el que nos encontramos. Y para todos nosotros cada nuevo incendio nos viene un nuevo fracaso.
Pero tranquilos, que no conviene estresarse, aún tenemos monte suficiente.
Y hasta que llegue ese momento que todos esperamos pero que no todos propiciamos, bienvenidas sean las lluvias del otoño.
Que si no es por ellas....apaga y vámonos.